La enfermedad de Hansen, más conocida como la lepra, fue una de las primeras enfermedades descritas en el mundo antiguo; y caracterizada por cambios muy severos en el aspecto físico de los enfermos. Fue una enfermedad infecciosa que afecta a la piel, los nervios y las mucosas.
A principio del siglo XX, la lepra se propagaba casi por medio mundo sin freno, causando un problema de salud pública. En Estados Unidos, los pacientes que lo padecían no encontraban más solución que el aislamiento. La policía los arrestaba y los encerraba en la leprosería de Kalaupapa, en la isla Hawaiana de Molokai.
Las bacterias que provocan esta enfermedad se habían identificado en 1873 y, para principios del siglo XX, los tratamientos habían evolucionado ligeramente gracias al aceite de chaulmoogra, una sustancia derivada de las semillas de un árbol tropical de hoja perenne.
Un tratamiento ideal sería una solución elaborada a partir de los principios activos del aceite que pudiera inyectarse sin efectos secundarios. Así que Hollmann, un profesor de la universidad de Hawái, pidió ayuda a una profesora de química, Alice Ball, cuyo trabajo le había dejado impresionado. Alice Augusta Ball pronto dejaría huella en la historia de la medicina, culminando en un tratamiento para la lepra que se emplearía durante más de dos décadas.
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